El presente acto parece tener una contradicción. Por un lado festejamos la longevidad y la vida de nuestros amigos y por otro rendimos un homenaje póstumo a los amigos que han dejado estos lares en el último lustro. En efecto aquí estuvimos en una jornada memorable unas sesenta personas que disfrutamos de la profunda amistad que nos ha unido de manera indisoluble más de media centuria.
Tal contradicción no existe. Para explicarlo me remonto a mi lejana juventud, cada día más lejana, época en la que impulsado por afanes cognoscitivos caí en el campo de la filosofía y me acerqué, por curiosidad, a la obra de Federico Nietzsche, filósofo, poeta, músico y filólogo alemán, cuya obra ejerció una profunda influencia en el pensamiento mundial contemporáneo y en la cultura occidental. Una de sus afirmaciones fue “DIOS HA MUERTO” me removió el piso, yo vivía bajo la influencia de mi madre, una católica convencida y practicante y la frase me pareció una herejía pero que pronunciada por un ateo, tenía asidero en sus convicciones.
Subsumido en mis cavilaciones descubrí primero la intención del pensador: asumí que su Dios era la moral y así entendí mejor las cosas porque ahora leía LA MORAL HA MUERTO y así tuvo sentido porque en esos tiempos y en los actuales bien se puede estar de acuerdo con Nietzsche. Poco a poco mejoré en el conocimiento del idioma y lo que parecía una contradicción es un oxímoron porque es imposible aceptar que muera el dueño del tiempo, del espacio y de la eternidad.
Allá están nuestros amigos, nuestros queridos difuntos flotan en esa dimensión, para nosotros aun desconocida.
Ellos pasaron junto a nosotros, conocieron como nosotros, que la vida muestra tantas aristas y facetas que ha merecido infinidad de escritos, ensayos y sobre todo poemas de grandes y universales escritores, Neruda por ejemplo escribió: de los dos modos es la vida, te amo y no te amo para amarte y que hasta la nieve tiene una mitad de fuego, nuestros amigos lo sabían o intuían y como además se convirtieron en nuestros maestros nos enseñaron que la tradición del San Juan no se había anclado en la veneración de las cenizas sino que se había transformado en una obligatoria transmisión del fuego de la amistad, de la ética y la ciencia. Y aquí estamos: Luis Cueva Sotomayor, Fabián Corral Cordero, Alfonso Castro León, Jorge Calderón Cabezas, Edgar Rentería Guerra, Enrique Durango Franco, Mario Aulestia Murillo para decirles que la siembra fructificó y que los sembradores que seguimos sus pasos transmitimos el fuego y la vida del San Juan Dios al imaginario popular. No Morirá, tampoco ustedes mientras vivan en nuestro recuerdo y en el recuerdo de todos cuantos han oído sus nombres y sus trayectorias.
Luis Cueva Sotomayor, el suco Cueva, fue un personaje en su época, lojano afincado en Quito, ciudad donde se doctoró en la Universidad Central, hizo cursos de especialidad en USA, fue un cirujano de extraordinaria habilidad, sobre todo en las vías biliares y otras patologías del tubo digestivo, apreciado como administrador del hospital le toco presidir la conmemoración del cuarto centenario de fundación del San Juan, fue un evento muy recordado por la solemnidad que tuvo. Como jefe de la sala Santa Rosa, dedicada a cirugía de mujeres, ofreció sus enseñanzas a varios profesionales entre los que destacó de manera nítida Edmundo Vega Rodríguez. Luis falleció luego de cumplir sus 90 años de edad. Se le recuerda con afecto por su don de gentes y serenidad.
Alfonso Castro León, riobambeño de alcurnia, graduado de la Universidad Central, cirujano de la Sala Villavicencio, profesor universitario y formador de algunos especialistas en su rama entre los que se distinguió Lenin Barba Ode. Como director del hospital le tocó dirigir el cierre definitivo y su traslado al Pablo Arturo Suárez, se lo recuerda por su seriedad y delicadeza en el trato con las personas de todos los estamentos del hospital y la autoría de textos sobre biología, semiología y técnica quirúrgica. Todo un señor.
Fabián Corral Cordero cuencano de nacimiento, como estudiante e interno del hospital fue muy apreciado, se graduó en la Central y se especializó en Anatomía Patológica en Colombia. Trabajó en Solca y el Hospital Metropolitano, reconocido por la certeza de sus diagnósticos pero sobre todo porque inició el registro nacional de tumores, obra que permitió al país conocer con certeza la prevalencia de tan temible enfermedad, Se le recuerda por su amabilidad, predisposición a entregar sus aportes y conocimientos en muchos eventos científicos. A lo largo y ancho del país.
Jorge Calderón Cabezas cirujano oftalmólogo que laboró por muchos años en el San Juan, en compañía de Germán Jaramillo Larrea hicieron un trabajo de gran impacto en la sociedad. Muy capaz y discreto se desempeñó en la cátedra de la Central, escribió un libro llamado Resumen de Oftalmología y recibió en el 2010 el Premio Jaime Rivadeneira otorgado por el CMP. Gran profesional.
Edgar Rentería Guerra, amistad y señorío al servicio de las causas nobles, generoso con los aprendices del oficio, nunca se guardó nada de cuanto sabía, que era mucho, el sabía que éramos felices estudiando la medicina, que nadie nos obligó a escoger la carrera ni a estudiar tanto, comprendió nuestra terquedad y nos tendió la mano y su sonrisa amplia y amable para guiar a los futuros carceleros del dolor, a los médicos en ciernes. Fue nuestro alfarero, en sus manos tuvo a buscadores novatos del bisturí y los remedios. Todo un tipazo, admirado, querido y recordado por quienes nos preciábamos de ser buenos muchachos. Ejemplar en las cátedras de pre y posgrado de la gloriosa Universidad Central. Inolvidable nuestro querido negro Rentería.
Enrique Durango Franco, fue una persona con cualidades privativas de los escogidos para transitar por la vida repartiendo solidaridad y alegría entre los muros, los pisos de viga y tablones carcomidos y añejos. Allí caminaba con mandil limpio, camisa y corbata, erguido, frente amplia, alegre y sonriente ofreciendo lo mejor de su incomparable don de gentes a los pacientes, sus colegas y personal de todos los servicios del hospital. El bisturí en sus manos fue un poderoso instrumento para cortar males y dolores. Fue parte del grupo de los buenos muchachos. Lideró actos oficiales con aplomo y jerarquía, cuando hubo oportunidad de presentar algún sketch con el fin de alegrar la vida de los pacientes o conmemorar algo significativo ahí estaba pleno de gracia y simpatía, con algún disfraz original, contaba anécdotas y chistes como pocos, en fin en cada paso dejaba huellas imborrables de sus múltiples talentos.
Cuando personas así nos dejan no pierden solo sus familias, pierden la sociedad, la medicina nacional, perdemos sus amigos que nos quedamos con el “dolor agrupado en el costado, con dolor hasta del aliento”
Los que quedamos podemos esperar en paz, Antonio Machado el autor de estos versos:
Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar:
«Caminante no hay camino,
se hace camino al andar.
Golpe a golpe, verso a verso».
Murió el poeta lejos del hogar;
El mismo escribió:
Cuando la vida es la muerte no es
Cuando la muerte es la vida no es.
Aprovechemos ahora que la vida es para ponernos de pies, levantar nuestros brazos mirar al cielo y aplaudir a nuestros amigos
Gracias.
Quito DM 6 de marzo de 2024
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