Carta Señor Presidente Constitucional de la República del Ecuador

Señor Presidente Constitucional de la República del Ecuador:

No acostumbro a responder agravios con agravios señor Presidente. No es mi estilo, menos ahora que, como médico jubilado, soy parte de la reserva de tranquilidad, sosiego y experiencia de mi país pero, usted ha ofendido a miles de ecuatorianos dedicados a la tarea de cuidar y atender la salud de un pueblo castigado por el desgobierno de un movimiento político que tiene más de una década en el poder y debo hacerle conocer que me siento, como todos mis colegas, obligado a dar una respuesta a sus declaraciones públicas, difundidas ampliamente en las redes sociales. No estoy indignado, sería muy fácil escudarme en un estado de ánimo adverso, para juntar en frases peyorativas los más insultantes epítetos. ¡No señor Presidente, no!

Creo, licenciado Moreno, que debo intentar comprenderlo. Está ahora mismo, sin gozar de un completo estado de bienestar bio, psicosocial, gobernando un país que soporta una crisis económica grave, una deuda casi impagable, una corrupción que irrumpe de casi todas las dependencias gubernamentales, un desquiciamiento de las creencias, actitudes y valores, un desorden que permite la aparición de liderzuelos que alborotan el país con declaraciones y posturas antidemocráticas, se creen como su antecesor dueños de la verdad sin que nadie, ¡nadie! los ponga en su lugar. Debe estar muy abrumado con todo esto y, para colmo de males, está rodeado de colaboradores perdidos en el tiempo y en el espacio, mantenidos en sus cargos, pese al clamor ciudadano, por razones incomprensibles.

Debe ser angustiante, señor Presidente, recibir cada hora del día, malas noticias, rumores de toda índole, amenazas de bombas explosivas colocadas en lugares estratégicos y sensibles, insultos de todo calibre, incluso de sus excompañeros de partido.

Varias veces le escuché pronunciar llamados a la unión cuando parecía en verdad dolido por el asesinato de los compatriotas secuestrados en la frontera. No me pareció en esos momentos una persona capaz de elaborar juicios de valor tan negativos y desacertados sobre una enfermedad grave, como el cáncer, y calificar de manera inapropiada a los profesionales que la atienden. El cáncer no alegra a nadie, como tampoco alegran las paraplejias o las demencias. Nadie goza cuando sufre de una enfermedad crónica irreversible. Todos nos aferramos a la vida terrenal pese a la promesa de una vida eterna feliz. Gastar, en un país con graves deficiencias sanitarias, corresponde a cada individuo, a cada familia sobre la base de sus afectos, afanes y creencias siendo, del todo cierto, que en ocasiones solo se prolonga la agonía y se pierden bienes y dinero. Pero ¿Quién es usted para insinuar que los enfermos de cáncer no deben luchar por su vida como mejor les parezca?

Entre los médicos hay de todo. Lo mismo pasa en otros gremios y entre los políticos. Si creo que algunos ganaron mucho dinero con la profesión por su sapiencia y extracción social; otros, unos cuantos, tuvieron una práctica irregular pero la gran mayoría, casi todos, a diferencia de los nuevos ricos, vivimos al límite de satisfacer las necesidades básicas de vivienda, alimentación, salud, educación, vestido y alguna recreación que no se compara con los viernes culturales y las sabatinas de la revolución ciudadana. La situación ahora es más grave pues toca competir en condiciones desiguales con profesionales, que gozan de prerrogativas y favoritismos por el solo hecho de provenir de socialismos empobrecidos sin demostrar una formación superior a la de nuestros profesionales de la salud.

Para terminar, señor Presidente, nada de lo mencionado justifica que en un intento de fallida grandilocuencia, usted haya perdido las formas y pronunciado un malhadado discurso. El daño ya está hecho, de la calumnia algo queda y no creo en las disculpas públicas porque nada solucionan, ni creo que el perdón lleno de retórica solucione algo. Los médicos esperamos una reparación concreta que descriminalice la práctica de la profesión. Para el efecto podría:

  1. Mediante decreto presidencial crear la Comisión Nacional de Mediación, Conciliación y Arbitraje Médico como una dependencia desconcentrada del Ministerio de Salud Pública. Un ejemplo de esto funciona en México desde el 2006
  2. Proponer a la Asamblea Nacional un proyecto de ley para que, de manera obligatoria, los conflictos médicos, no dolosos, se conozcan y resuelvan en la comisión antes de acceder al ámbito civil de la justicia común. Una ley como esta existe en Chile.
  3. Eliminar del COS el régimen sancionatorio a los profesionales de la salud para guardar coherencia con el pedido de crear una comisión especializada en el tema. Esto no significa que estemos a favor de impunidad.
  4. Evitar desde el ámbito de sus competencias la intromisión destructiva en una institución como Solca.

Con respeto y consideración a su alta investidura,

Gabriel Ordóñez Nieto.

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